
Quinto patio son las memorias noveladas -o lo que recuerdo- de mi infancia y adolescencia.
Dice la sinopsis de contraportada de la novela:
Sinopsis.
Jordi Siracusa nos tiene ya acostumbrados a su prosa elegante y a su humor inteligente. Ahora nos trae este Quinto patio que es novela de recuerdos de infancia y juventud, y de evocaciones autobiográficas. Obra coral de abigarrada polifonía, presenta como destacados protagonistas a Barcelona, esa Barcelona vivida y soñada de su memoria, y al Raval, popular y bullicioso crisol en que se mezclan alegrías, tristezas y anhelos salpicados de nostalgias, sentencias de honrados menestrales, picardías de chicos, reflexiones de sabios, tebeos, libros de aventuras, abrazos de cupletistas y besos de Sylvie Vartan.
Un viaje de regreso cargado de ternura, a una Ítaca de tiempos difíciles pero felices e inolvidables. Un pasaje literario de primera clase en una fantástica máquina del tiempo por el modesto precio del libro.
Y os añado el principio:
QUINTO PATIO
Por vivir en quinto patio
desprecian mis besos
un cariño verdadero
sin mentiras ni maldad.
El amor cuando es sincero
se encuentra lo mismo
en las torres de un castillo
que en humilde vecindad.
Luis Arcaraz (compositor)
Emilio Tuero (Cantante y actor)
Recuerdo el día en que me besó una estrella, y no es metáfora, si bien tampoco era una luminaria colgada del cielo, sino una figura de la canción francesa, la rutilante rubia que robó millones de corazones en los sesenta, entre ellos los de Johnny Hallyday con quien se casó y un poco el mío. Para más señas era francesa –aunque no de origen– y cantaba aquello de: Mañana por la mañana te espero Juana en el balcón…Perdón, creo que me he equivocado, ella cantaba: La plus belle pour aller danser. La intérprete de la primera canción era otra mujer que también marcó mi vida y que me llenó de caricias y de besos, mi abuela Leonor, pero esa es otra historia.
Estaba empezando a relatar la noche en que me besó Sylvie Vartan, aunque la memoria se pierde antes en aquel día que casi hice el paseíllo en la plaza de toros Monumental de Barcelona con una terna de lujo, Miguel Báez, el Litri; Damaso Gómez y Antonio Ordóñez, por entonces tres novilleros con mucho porvenir. Fue pocos años antes de escribir mi primer artículo donde contaba la llegada del Semíramis, el buque en el que regresaban los supervivientes españoles de la Segunda Guerra Mundial desde la lejana Unión Soviética. Si a esos recuerdos les añado mi venturosa asistencia a conciertos de Alicia de Larrocha y Conchita Badía, para tan solo siete u ocho afortunados espectadores, entre los que se encontraban Luis María de Zunzunegui y el poeta Gil de Biedma o mis pláticas con Salvador Dalí o con César González Ruano –en las que solo hablaban ellos–, o los de una comida conversando sobre Gala Placidia con Conchita Montes y Edgar Neville y les digo que todo esto y mucho más sucedió mientras viví y trabajé en el Distrito Quinto de Barcelona, se darán cuenta de que, en ocasiones, la realidad supera a los sueños infantiles y a los propios recuerdos.
Crecer con Diego Valor, el Capitán Trueno y con Mafalda; aprender a comprender la lectura con Salgari, Walter Scoot, Vicki Baum o Herman Melville, convertirte por unas horas en Ismael de Mooby Dick o en Sinuhé, el médico egipcio de Mika Waltari, forjan carácter. Amar con generosa intensidad, también. Ya sea a una novia, a un paisaje, a una esperanza, a un sueño, a un barrio o a un mar, porque es importante ser parte de algo o de alguien. Como cantara Luis Arcaraz: Soy prisionero del ritmo del mar, de un deseo infinito de amar… y yo añado: y de vuestro corazón al leerme.

